jueves, 24 de junio de 2010

Cuando te miro


A Circe le gusta amenazarme con todo lo malo que me puede pasar por estar cerca de ella. Tal vez, y sólo tal vez, sea su forma de quererme, de advertirme. Ella lo disfraza de amenaza solo para que tome la advertencia seriamente.

Sin embargo, no lo logra. Cada segundo que pasa, sus amenazas me parecen más inofensivas, son como la lluvia tenue de la primavera que amenaza ser tormenta, pero en definitiva nos invita a caminar sin paraguas. No lo sé, por alguna razón esas amenazas, en especial aquellas a las que les voy perdiendo el miedo, son para mí una invitación a cerrar el paraguas.

Más tarde o más temprano, me gusta mojarme. De hecho, no puede acobardarme una lluvia cuando llegué aquí dispuesto a naufragar.

Yo le explico siempre que no es un buen kamikaze aquél que paga las cuentas antes de subirse al avión. En este caso, no es buena idea amenazar con algun chaparrón al que viene dispuesto a perecer bajo las aguas.

Algunas veces la contemplo durante horas. En ocasiones ella lo sabe, en otras no. Y disfruto de recorrer cada rincón de su cuerpo con mi mirada, que se transforma en una víspera de la caricia que vendrá. Mientras pienso esto, ella sigue poniendo números en unas hojas, de pronto levanta la cabeza, me mira, se sonríe y me destruye mi secreto plan de admirarla en silencio y aquella víspera deja de ser tal cosa, para ser caricia, para ser beso.

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