lunes, 30 de agosto de 2010

Fuga a Buenos Aires (Parte I)

Un jueves, por razones de necesidad espiritual, estaba aquí en Montevideo, y entró en mi una urgencia por fugarme que no pude dominar. Así fue, que la madrugada del jueves para el viernes resolví seguir el consejo de Oscar Wilde, ese que dice que la mejor manera de librarse de una tentación es cayendo en ella, y me fugué. En cuestión de horas tenía un plan, un rato después tenía un destino, y horas más tarde pasaje, alojamiento y una cámara de fotos. Me fui.
Confieso que no quería que nada se interpusiera en mi fuga, de hecho hasta que subí al barco parecía un auténtico paranoico buscando en cada rostro, escudriñando en cada gesto ajeno la confirmación de que efectivamente no conocía a las personas que compartirían el viaje. Y efectivamente no conocía a nadie, afortunadamente. Tal vez sería que era un barco cargado de Hudinis que necesitaban fugarse, y también habría algún Hudini argentino que regresaba de su fuga, quien sabe... Hay pocas cosas que me dan más placer que viajar en barco. Creo que es una escena conmovedora un barco en movimiento, una metáfora de la vida, un "diminuto" barco luchando en un mar inmenso por imponerse y llegar a un destino. Del mismo modo es desoladora la escena de un barco detenido que sólo lucha por mantenerse a flote. Hay mucha gente que parece un barco detenido.

A eso de las siete de la mañana, la travesía marítima estaba casi completa y allí ante nuestros ojos, la Ciudad de Buenos Aires se presentaba ante nosotros con un desavillé de niebla, con edificios jugando a las escondidas entre la bruma. Al poner los pies en tierra, empezaba otro de mis dilemas: como llegaba al hostal que había reservado previamente. Tenía una vaga idea de que la línea B del subte me dejaría en el lugar indicado. Bien ¿dónde estaba la entrada a ese subte? Caminando y preguntando se llega, ese es mi mapa. Un mapa hecho de gente. Por suerte no era muy lejos, ya que mi cansancio, mi sueño y mi presión porque nada frustrara mi fuga me estaban agobiando en exceso en ese momento.
Eligiendo a quien preguntar, caminando con el mejor gesto que disimulara mi condición de turista, fui avanzando por la Avenida Córdoba, y ahí estaba la boca del subte escondidita atrás del Luna Park. Qué maravilla, era sábado, era temprano, y era la primer estación del subte todo lo cual contribuyó a que incluso viajara sentado.
En el camino, que no fue muy largo sólo tuve tiempo a dos pensamientos, el primero fue concluir que los uruguayos deberíamos envidiarles tres cosas fundamentales a los argentinos, a saber: Maradona cuando jugaba, Cortazar y el subte. Para lo otro que me dio el tiempo fue para notar que la chica que tenía sentada al lado venía leyendo un texto de derecho. A lo cual intenté iniciar una charla. -¿Es el Código de Comercio?-dije- Si, si es...- ah, vos sabés que es igualito al uruguayo, hasta veo que coinciden los números de los artículos, es que lo hicieron los mismos tipos.-Ah mirá-dijo la chica. Antes de que se me ocurriera la siguiente frase para extender la charla, ya se había bajado. Lo cual ya le adjudicaba un primer defecto al subte, no permitía establecer charlas demasiado profundas, pero en fin, es un defecto menor con el que podemos vivir supongo. -Uy, Medrano, es mi parada!- me bajé.

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