miércoles, 1 de septiembre de 2010

Fuga a Buenos Aires (Parte II)

Llegué al hostal con un par de horas de retraso, luego de haber disfrutado mi viaje en subte que se repetía luego de veintidós años (!!!). Dejé las pocas cosas que había llevado, me tentó una cama para dormir un rato, pero lo corto de mi visita me impulsó a salir. Empecé a caminar  por la  calle Corrientes para el lado del Puerto. Al terminar de caminar la tercera cuadra me di cuenta que no iba a encontrar nada interesante por mi mismo en una ciudad tan grande y que desconozco a la perfección. Ernesto me había aconsejado comprar la Guia "T". Eso hice. Dentro de la porción de mapa en la cual estaba ubicado yo, sólo estaba el Parque Centenario, un par de hospitales y un par de comisarías. Eso facilitaba mucho mi elección, me fui al parque.
Ya había caminado unas cuantas cuadras, evitando mirar a cada rato la guía para no delatar mi condición de turista, suena mi teléfono celular. Mi amigo Boris dice que está viniendo a cumplir con su función de guía tal como habíamos acordado y pregunta donde estoy, a lo cual me veo olbigado a sacar la guía, -yendo a Parque Centenario- respondí yo. Acordamos que volvería para atrás y nos encontraríamos en la estación Angel Gallardo del subte. De esta forma mi orgullo evitó aceptar que me había pasado varias cuadras ya de la calle en la que debía doblar para ir a Parque Centenario. Finalmente nos encontramos con Boris a la salida del subte, y caminamos esta vez sí para el parque, ya había "junado" en que esquina debía doblar. Mi amigo no conocía el parque, asi que me di el lujo de hacer de guía un rato yo también.
Ya en el parque, caminamos un rato, hasta que mis pies pidieron una tregua. Buscamos un lugar para sentarnos cerca del bello lago que hay allí, lleno de patos y peces. Hablamos de la vida, de política, de como se vive de uno y otro lado del Río y hasta de cuanto se parecía un pato que dormía mientras flotaba a un copo de chantilly. Hasta que nuevamente mi ansiedad por conocer cosas me ganó, ya con mis pies levemente recuperados, emprendimos viaje en busca de algún café que combatiera ahora el sueño.
No sé en que esquina fue, pero otra vez estabamos en la calle Corrientes, ahora tomando café, nos sentamos afuera para poder conversar y fumar que nos eran placeres comunes a ambos. Hablamos de estudio, de filosofía, y que se yo que otros bueyes perdidos. El mozo me reconoció uruguayo por mis problemas para reconocer los billetes argentinos a la hora de pagar, por lo cual no faltó la ineludible referencia a Enzo Francescoli ya que el hombre era "millonario", ni tampoco faltó, que el pobre Boris terminara pagando los cafés.

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